Además de efectos físicos evidentes, como la destrucción de parte de su masa o el estruendoso sonido que esta produce, la colisión de dos grandes témpanos origina un temblor sísmico que puede detectarse a miles de kilómetros, una particularidad que en el futuro servirá para medir la desintegración de las capas de hielo.
Además de efectos físicos evidentes, como la destrucción de parte de su masa o el estruendoso sonido que esta produce, la colisión de dos grandes témpanos origina un temblor sísmico que puede detectarse a miles de kilómetros, una particularidad que en el futuro servirá para medir la desintegración de las capas de hielo.
De hecho, un equipo de investigadores del Departamento de Ciencias Geofísicas de la Universidad de Chicago coordinado por Douglas Macayeal pudo rastrear las miles de sacudidas por hora que causó el choque de un iceberg a la deriva con otro de 50 km de largo estacionado en el mar de Ross, en la Antártida.
Así averiguaron que estos temblores presentan similitudes con los que emanan de la falla de San Andrés y de las zonas de subducción, las áreas donde las placas litosféricas descienden bajo las otras.